ROLLING STONE – HUMPHREY INZILLO
En un show potente y sofisticado, el rosarino celebra los 40 años de ‘Del 63’ su primer disco y los 30 de ‘Circo Beat’, un clásico de los 90.
Primero sale la banda. De punta en blanco. Con elegancia. Está elevada, sobre una tarima, todos a la misma altura. Algunos paneles de acrílico separan a la batería de la sección de vientos, y a los dos tecladistas. Cada una de esas piezas es un artista de grandes dimensiones, y aunque en este espectáculo tendrán espacio para lucirse, aquí están al servicio del show, y de la obra del artista principal.
Primero sale la banda. De punta en blanco. Con elegancia. Está elevada, sobre una tarima, todos a la misma altura. Algunos paneles de acrílico separan a la batería de la sección de vientos, y a los dos tecladistas. Cada una de esas piezas es un artista de grandes dimensiones, y aunque en este espectáculo tendrán espacio para lucirse, aquí están al servicio del show, y de la obra del artista principal.
Con todos los integrantes de la banda en sus puestos, Fito Páez irrumpe en el escenario. TIene un traje con brillos a lo Elton John, que encandila con la luz de los seguidores, una camisa celeste de cuello ancho y unos anteojos XL. Se sienta al Yamaha CP 80, el piano eléctrico vintage con el que tocará durante la primera parte del show, y empieza con “Del sesenta y tres”, el tema que abre Del 63, su primer disco como solista, publicado en 1984, cuando el rosarino tenía apenas 21 años y estaba recién mudado a Buenos Aires. Con el mismo afán revisionista que en 2022 lo llevaría a publicar Infancia y Juventud (Editorial Planeta), Fito mostraba su espíritu autobiográfico en esa canción que mucho más que una canción: era su carta de presentación al mundo. Pasaron 40 años desde entonces y la canción ya no es sólo su carta de presentación, ya es parte de todos el Movistar Arena, parte de las generaciones que crecieron escuchando a Páez, parte del aire.
El afan revisionista del rosarino, que empezó en 2015 cuando revisitó Giros en el teatro Gran Rex a 30 años de su edición original, lo llevó ahora a celebrar un doble aniversario: los 40 años de Del 63, que coincidían con las tres décadas de la salida de Circo Beat. De allí el nombre de esta serie conciertos: 4030. Y la propuesta de repasar ambos discos de punta a punta.
Un ejercicio que saca al artista, y a la banda, de su zona de confort. Y que permite apreciar varias cosas. Por un lado, el apabullante nivel compositivo de Fito. Visto a la distancia, parece increíble que haya ese disco con apenas 20 o 21 años. Y el Fito de hoy, reconocido como uno de los artistas más importantes en la historia contemporánea de la música de habla hispana, se reencuentra con el artista cachorro. Y pueden mirarse de frente. La backing band le saca brillo a esas canciones seminales, gemas que relucen como los dijes del traje que lleva puesto. Y acá no importa el dicho: esas canciones son oro puro.
Emme, bendita en medio de todos los otros integrantes de la banda, se luce por su voz y también por la interpretación performática, llena de sutilezas, con la que gana un importante protagonismo en el show. En varios momentos. Por ejemplo, cuando baja de la tarima y se acerca al piano, para cantar cara a cara con Fito en “Rojo como un corazón”.
“No sé qué les pasó a ustedes. Yo me sentí inmerso en un mar de emociones que no eximía un profundo sentido político. Me siento parte de esta tierra, de este país, de la historia, de la búsqueda del amor a través de las experiencias estéticas y del paso del tiempo”, escribió Páez en su cuenta de Instagram un rato después del show. Sus palabras linkean, directamente, con varios momentos del concierto. Acaso el link más lineal sea “Cuervos en casa”, una canción de principios de los 80 que para buena parte del público que colmó el Movistar se relaciona con lo que ocurre con la Argentina en 2024. La impactante puesta de Sergio Lacroix adquiere un nuevo significado (y significante) cuando la pantalla, que hasta hace un rato mostraba diseños de flores, hojas y otras figuras de la naturaleza sobre un fondo negro, son reemplazadas por el Escudo Nacional en blanco, sobre ese mismo fondo negro. “Estoy sangrando por algún pulmón, ¡Cuervos en casa rosada!”, canta Páez. Y a muchos nos recorre un frío por la espalda.
En el derrotero inicial está el dramatismo de “Tres agujas” y el espíritu festivo de “La rumba del piano”. Y luego de “Un rosarino en Budapest”, un intervalo.
Sale el piano eléctrico y entra el piano de cola. Pasan diez años en diez minutos. Y vuelve a acomodarse la banda (Diego Olivero, bajo, teclado y coros; Gastón Baremberg, batería; Juan Absatz, voz, teclados y coros; Juani Agüero, guitarra y coros; Vandera, voz, guitarra, teclados y coros; Emme, voz y coros), reforzada por los Sudestada Horns (Ervin Stutz, trompeta y flugelhorn; Alejo von der Pahlen, saxo alto y saxo tenor; Santiago Benítez, trombón). Y Fito, psicodélica star, aparece con el mismo traje pero con una camisa naranja con volados que los fanáticos de Seinfeld difícilmente puedan dejar de relacionar con el célebre episodio The Puffy Shirt). Y con la mística de los pobres nos metemos en el Circo Beat, un disco que Fito compuso después de los que probablemente hayan sido los diez años más excitantes, intensos y cambiantes de una vida que pasó más de seis décadas excitantes, intensas y cambiantes. “Y los monos están, destruyendo esta ciudad”, cantaba Páez en “Circo Beat”, y la frase de 1994 tiene la misma potencia ahora que tiene la letra de “Cambalache”, el tango-radiografía social que Enrique Santos Discépolo escribió en 1934.
La dupla inicial de “Circo Beat” con “Mariposa Tecknicolor” es imbatible, porque Fito también mira hacia atrás en una canción que tiene dimensión de hit futbolero y es parte fundamental de la banda de los que crecimos en los 90. Y el estadio alcanza uno de los momentos de mayor efervescencia de la noche.
A comparación de otros shows de Fito, en los que el rosarino incluye un repaso por canciones de todas sus épocas, la memoria emotiva no es necesariamente el eje del cuento (o la película) que el rosarino narra en el show. Es un zoom a dos momentos específicos de su carrera y de su obra, y también, por qué no, de nuestras vidas. Más interesante, acaso, sea prestarle atención al minucioso trabajo de sus músicos, las delicadezas habituales de la dupla Vandera-Absatz en las teclas (y guitarra rítmica), a la solidez y espectacularidad de Gastón Baremberg en la batería, a la épica de la guitarra de Juani Agüero, a la precisión del bajista Diego Olivero, al brillo de los impecables brasses los Sudestada Horns y al encanto de Emme, que se vuelve a lucir en “Las tardes del Sol, las noches de la agua”.
“Estoy emocionado por muchas cosas y eso no es bueno para la música. Voy a tratar de concentrarme para llegar bien hasta el final y que eso nos abrace a todos”, dice Fito, que viene de grabar su esperado e inminente disco Novela en Europa y que debió suspender la fecha en el Zócalo, del DF, por una caída que lo dejó con el dolor de varias costillas fracturadas.
Entre el tributo al Negro Olmedo (“Tema de Piluso”), el Mickey Mouse instagrameable que irrumpe en las pantallas en (“Si Disney despertase”) se suceden las canciones de Circo Beat, igual que ocurrió con las de Del 63, en el orden original del disco.
La impactante versión de “Soy un hippie”, con toda la banda (inclusos los brasses) cantando a capella, como una suerte de coro gospel, es uno de los momentos más intensos y disruptivos del concierto. El punto final, igual que en el disco, llega con la épica cinematográfica de “Nada del mundo real”. Como único bis, suena “Ciudad de pobres corazones”, en una versión que incluye un extenso solo de Juani Agüero en modo guitar-hero, celebrado y arengado por el propio Fito en el medio del escenario. La banda rockea con precisión, la potencia sincrónica del rock adquiere una dimensión orquestal por los teclados y los brasses. En un gesto pomelesco, Fito hace volar un atril. Podría prenderse un puro y, como Aníbal Smith en Brigada A o Mario Santos en Los Simuladores, brindar porque un nuevo plan se ha concretado. La interpretación de la banda es potente y sofisticada. La puesta es elegante, y combina brillos y sutilezas. El repertorio combina clásicos con temas que hacía añares que no eran revisitados. Y Fito, que con todos estos años de oficio, de música, de estadios y de gente, todavía se emociona. Todavía se pone un poco nervioso. Todavía nos cuenta que es un ser humano. La gira 4030 está en marcha. La rueda mágica gira otra vez.