Daniel Grinbank

“El arte es el arte, lo que cambia es la góndola”

LA NACIÓN – Ernesto Martelli
Fotos Martín Lucesole

Desde Madrid, Daniel Grinbank hace un alto en los preparativos para la consagratoria gira española de Fito Paéz y en los detalles para el desembarco de Soledad Pastorutti en ese territorio, dos de los artistas con los que está trabajando intensamente en estos días enfocado en su proyección internacional. Se detiene para reflexionar en voz alta sobre una nueva crisis de la industria, la de estos días, que tiene a la figura pop Tini como protagonista, por episodios de ansiedad y angustia, justamente en sus shows en ese país. “El problema del trabajo infantil, o preadolescente, tiene un hecho fundamental: es lógico que los padres estén presentes como contención de lo que representa la locura del show business, el mundo del entretenimiento. Como padres tenemos que estar presentes en la contención. Y hay un delicado equilibrio entre la contención, la parte lúdica, la vocación y las exigencias. Pero es difícil si ese chico o adolescente se convierte en el sostén económico de toda una familia; puede convertir el trabajo en inhumana explotación infantil. Hay que acotar las responsabilidades, la vida te pasa factura aunque el chico sea exitoso. Hay ejemplos lamentables: giras con terapeutas… Si alguien necesita terapia diaria no necesita estar en un escenario. El show debe continuar es un axioma que detesto».

De inmediato, Grinbank –que cumple cinco décadas al frente de un esquema de productora que ha variado del management a los medios, la importación de grandes nombres internacionales para traerlo nuevamente en la relación directa con los artistas y sus carreras– retoma su reflexión mirando hacia el futuro, hacia los proyectos que lo ocupan, le exigen prestar atención a métricas de YouTube o Spotify y que está desarrollando desde la estructura reforzada de su productora, ubicada en una casona de Belgrano. “Todo lo pensamos con foco en Iberoamérica, no sólo lo de Fito y Soledad. Fichamos a Chita, al peruano Jaze que viene del freestyle y a Luz Gaggi, que tiene una voz espectacular y ahora está grabando en Los Ángeles. El mundo digital nos da una oportunidad única para desarrollar artistas, pero hay que trabajar muy fuerte y con un foco muy distinto”. 

La palabra emprendedor no existía a comienzos de los 70 como hoy se la conoce pero el mundo de la música, de la industria musical, ya estaba plagada de figuras y personajes que orbitaban alrededor del talento tratando de generar negocios. Padres inescrupulosos, managers ambiciosos, vividores como los que hoy se ven en biopics y documentales, pero también amantes de la música o fanáticos que buscaban un lugar, y un sustento. Tampoco, claro, existía el concepto de start-up, pero sí la cultura de desarrollar una empresa alrededor de una convicción, de una idea poderosa, con vocacional dedicación full-life y ese extraño balance entre vida y trabajo. Los Ángeles, California, representaba eso para la industria del rock y el pop, antes que el Silicon Valley y la cultura digital irrumpieran en el paisaje de la Costa Oeste. Una suerte de Tierra Prometida para cumplir sueños de trabajar para y junto a artistas que generaban millones, movían multitudes y creaban la banda de sonido para una generación. Sí existían, en aquella cultura incipiente, explosiva, los viajes iniciáticos. En esa Los Ángeles aterrizó un joven Daniel apenas terminado el secundario, en una excursión solventada por su familia (inmigrantes, empresarios del cartón instalados en La Paternal y luego en Villa Devoto) para visitar a los parientes que, emigrados de Europa oriental, se instalaron en California. En 1972, lo recibió el tío Herb, que era nada menos que manager de Frank Zappa & The Mother of Inventions, y luego de Alice Cooper, entre otros artistas. Al joven Daniel, literalmente, se le abrió un mundo. Voló también a Nueva York, vivió giras desde adentro, le tomó el pulso a la industria y encontró una vocación que se mantiene cincuenta años después. Cuenta la leyenda que el tío Herbie llegó a pegarle un trompazo a nada menos que Walt Disney, una anécdota que evoca Grinbank en su autobiografía Te amo, te odio, dame más (Planeta, 2022). El libro, citando otro tema de Charly García, uno de los artistas con los que trabajó desde aquellos primeros días de Sui Generis en los tempranos 70, bien podría llamarse No soy un extraño.

–Te veo muy conectado, muy entusiasta. Parece que volviste con una energía diferente, ahora. Ya estás más cerca de cumplir 70 y…
–Para mí la pandemia marcó un timing para repensar cuál es la dinámica que seguía mi empresa y cómo quería seguir trabajando, tomando en cuenta lo que soy yo, lo que tengo como proyecto de vida; cuál era el espacio que yo podía ocupar dentro de la industria, teniendo muchas ganas de seguir, y lo dinámico que está todo. Repensé cómo cosas que yo intenté muy a pulmón y que se habían llevado puesta mi compañía cuando quise producir afuera. Y ahora podían ser posibles gracias a lo digital, a la posibilidad de difusión que me faltó. Cuando yo, en los años 80, entro a producir afuera siempre fue con una idea de querer exportar música argentina. Invertí fuerte con todo lo que yo ganaba en el mercado argentino: yo tenía claro que teníamos un buen producto acá, pero que nos faltaba a nivel de producción para competir con quienes monopolizaban el pop y rock en español, que eran los españoles, pero me agarró la gran devaluación de Alfonsín. Yo había invertido en cinco proyectos internacionales, que eran La Torre, Los Abuelos de la Nada, GIT, Los Twist y el disco de Charly García Clics modernos. Pero más allá de subir la calidad de producción de los discos, era la apuesta al talento, y a empezar a ir a tocar a España. A pulmón. La transformación del mundo analógico al mundo digital posibilitó otra manera de difundir. Entonces, estoy viendo hoy el gran éxito que tienen muchos artistas argentinos, esta nueva posibilidad de exportar y trabajar en otros mercados, basados en nuestro talento. Lo hice con Violetta o Soy Luna, a través de franquicias de Disney, de las que participé en su desarrollo; lo veo en los artistas urbanos. También, analizo fenómenos de otros mercados como el fenómeno global del K-pop, que de ninguna manera existiría si no existieran las redes sociales. Se nos volvió a abrir la cancha: ya no se trata del latino convencional y tradicional que viene de Emilio Estefan o la música tradicional y regional mexicana en la costa Oeste y el sur de Estados Unidos. Hoy el fenómeno abarca muchos más territorios. Entonces mi interpretación de que había un nuevo mundo donde la manera de difundir, el streaming, creaba nuevas posibilidades a lo que fue aquel intento de los 80.

Me divierte seguir aprendiendo los nuevos desafíos que aparecen a partir de la inteligencia artificial y para dónde va a ir la industria